Coincidiendo con el cierre de la última Escuela de Verano UdeC 2018: Despliegue y Encuentro, (http://extension.udec.cl/escuelasudec/escuela-de-verano/cartelera-2018/) recordemos un importante episodio en su versión de 1962, en la que fue invitado el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, quien lamentablemente no pudo estar en el evento y nuestra ciudad. A pesar de su ausencia, envió un mensaje a Concepción y la Universidad el cual fue publicado posteriormente por el diario El Sur en su, (interesante y actualmente necesaria), página de arquitectura.
Cabe recordar que las Escuelas de Verano son una importante instancia formativa y cultural bajo consignas que a través de varias versiones han concentrado grupos intelectuales y actividades, muchas de ellas inolvidables como la la Cuarta Escuela de Verano de 1958, la que contó con el Encuentro de Escritores Chilenos o la de 1962, donde además de la invitación a Niemeyer, se contó con la participación de Octavio Paz, Mario Benedetti y Marta Brunet, sólo por mencionar algunos grandes nombres del ambiente intelectual nacional e internacional.
Como Niemeyer no pudo estar presente en Concepción, envió un mensaje que posteriormente fue publicado en el diario El Sur del 20 de mayo de 1963. A continuación presentamos una transcripción del mensaje:
“Desafortunadamente no me fue posible asistir al encuentro de Concepción y participar en la Séptima Escuela de Verano de la Universidad de Concepción, pero no puede dejar de llevar a los que allí comparecieron una palabra de cordialidad y simpatía.
Quiero expresar, al menos, lo que pienso del tema propuesto en esta época de inquietud en que vivimos, inquietud que asume en América del Sur el aspecto más grave y aflictivo.
Gustaría, ciertamente de hablarles sobre la posición del arquitecto en el mundo actual, -como el tema que la Universidad sugiere- pero el mundo actual relega los problemas profesionales a un plano secundario.
¿Qué adelantaría en verdad hablar de las perspectivas de la arquitectura contemporánea, de la riqueza de la técnica constructiva o de las posibilidades del concreto armado que todo nos permite realizar abriéndonos un campo nuevo e imprevisible de formas y soluciones cuando vemos a nuestro alrededor un pueblo cansado de lucha y explotación sistemática, que ya no reclama confort y bienestar, sino apenas el derecho de vivir dignamente? ¿Cómo podría hablarse de los temas idealistas de la arquitectura moderna, de lo que pueden éstos representar para la sociedad, cuando la mayoría de la sociedad no participa de ellos, y ya se impacienta frente a tanta discriminación e injusticia?
¿Cómo sobre las tendencias del arte contemporáneo que los arquitectos bien nutridos se complacen en debatir cuando nuestra profesión se dirige, como simple mujerzuela, a un pequeño grupo de privilegiados?, ¿Cómo situarme ajeno a tal incomprensión y desacierto? ¿Cómo hablar de asuntos profesionales aunque los reconozca necesarios a la propia vida, si se niegan a los más humildes y desamparados? ¿Cómo discutir los problemas del espíritu y de la cultura –aún haciéndolo en forma humana y elevada- en la hora en que los países de América se reúnen para oprimir al pueblo cubano que desea apenas ser libre y vivir con dignidad? No, mis amigos, no soy de los que ven la propia profesión como cosa superior e indispensable. La veo, por el contrario como simple complemento de problemas básicos y fundamentales.
¿Qué adelantaría por lo tanto definir la actitud profesionales del arquitecto, actitud que en mi opinión debería caracterizarse por la modestia e independencia, permitiéndole la libertad total de concepción, sin la preocupación servil de la crítica fácil, cuando nuestro trabajo, ajenos a los intereses de la colectividad, se subordina a las clases dominantes, a sus deseos y caprichos?
Durante cuatro años despreciando intereses económicos y materiales, trabajamos en Brasilia. Cuatro años de luchas, sacrificios y entusiasmos, compensados por el placer de ver la obra concluida y la ciudad surgir, bella y civilizada, donde antes había sólo desierto y abandono. Cuatro años que nos curtieron la piel y el alma, haciéndonos más experimentados, más lúcidos y realistas, seguros de que nuestro trabajo se genera fatalmente de las condiciones sociales existentes que debiera oprimir con todas sus contradicciones y desaciertos.
Transcribo un fragmento de un pequeño libro: “Experiencia en Brasilia”, que les dará una idea del desengaño sufrido al ver la ciudad inaugurada; “Con el traslado de la capital cambió mucho y vimos con pesar que el ambiente se transformó por completo perdiendo aquella solidaridad humana que antes lo distinguía que nos daba la impresión de vivir en un mundo diferente, en un mundo nuevo y justo que siempre deseamos. Vivíamos en aquella época como una gran familia, sin prejuicios y desigualdades. Morábamos en casas iguales, comíamos en los mismos restaurantes, frecuentábamos los mismos locales de diversión. Hasta nuestras ropas eran semejantes. Uníamos un clima de fraternidad proveniente de idénticas incomodidades. Ahora, todo cambió y sentimos que la vanidad y el egoísmo están aquí presentes y que nosotros mismos estamos volviendo poco a poco, a los hábitos y prejuicios de la burguesía que tantos detestamos.»
Pasamos a preocuparnos por la indumentaria y a frecuentar locales de lujo y discriminación. Vimos a nuestros compañeros, los más humildes, sólo de pasada y sentimos que una barrera de clases nos separó. Nuestras casas perdieron aquel aspecto proletario que antes los atraía, como si fuesen sus propias casas, o una prolongación de nuestra oficina y el confort que hoy disfrutamos -aunque modesto- los asusta e intimida, reteniéndolos a nuestra primera puerta como aguardando una invitación indispensable.
La conversación perdió aquel calor humano – simple e inocente que nos revivía, conducida ahora por los que llegan -con nuestro repudio- para asuntos de lucro y especulación.
Sólo aquellos compañeros no cambiaron con las miserias y reivindicaciones de siempre.
Brasilia cambió mucho y eso nos deprime a pesar de que comprendemos las contingencias degeneradas por una ciudad que crece y que durante algún tiempo, por lo menos, representará el régimen, con todos sus vicios e injusticias.
Somos, entretanto, optimistas. Pronto, la ilusión que perdimos será realidad”.
He ahí, mis amigos, la situación brasileña que Jean Paul Sartre definió tan bien: “Sesenta y cinco millones en la miseria contra cinco millones de ricos y pudientes”. Esa es la situación de los pueblos de América, de la cual se genera la lucha de liberación a que hoy asistimos.
Es el mundo de los pobres que se rebelan exigiendo de todo inclusive de Uds. que ahí se reúnen –una actitud de apoyo, comprensión y solidaridad.”
Oscar Niemeyer